La tía Alicia

La tía Alicia

Alicia Fierro era hermana de mi abuela paterna. Era una mujer pequeña, morena y caminaba con una manta sobre los hombros, ropa sucia y zapatos gastados, rotos.
Seguramente olía mal, pero era algo que yo no notaba. Cada vez que la veía corría a darle un abrazo diciéndole “tía! tía!”. Creo que mi mamá sentía un poco de vergüenza, al menos intentaba evitar esos encuentros fortuitos en el centro de Lota Bajo.
Recuerdo que al salir del colegio pasábamos con mi hermana y mi mamá a saludar a mi abuela que tenía un negocio pequeño donde vendía papas fritas con mostaza, mayonesa y ketchup en unos cartuchos de papel que ayudábamos a confeccionar entre todos los de la familia el día domingo. Mis tías se encargaban de pelar y cortar las papas. Las iban dejando en unos tachos de plástico con agua. No sé cómo los trasladaban a Lota Bajo, ninguno de mis tíos tenía auto. Es probable que subieran el cerro, tomaran la micro y se bajaran justo frente al negocio. O tal vez bajaban por el cerro, cruzaban la línea del tren y se subían a una micro que los acercara. El domingo también se hacía el pan. Los hombres de la familia pasaban la masa por una amasadora artesanal, con dos rodillos que giraban al dar vuelta una manivela. Se encendía el horno y cuando estaban listas las brasas se metía el pan y se tapaba con una lata y paños húmedos. El pan era para la semana, unos “lulos” como de un kilo cada uno. Pero los niños esperábamos con ansias el pequeño pancito con forma humana que cada uno había modelado, con cabeza, piernas y brazos y un tronco que unía todo. Cuando salían calientes del horno, cada uno reconocía el suyo y lo comíamos con mantequilla. Tomábamos once en la cocina, por grupos, los niños primero, luego los adultos.

A veces llegaba la tía Alicia. Me parece que se quedaba unos días en la casa de mi abuela. Me impresionaba mucho que algunos familiares la molestaran, la trataran mal. Le decían que se fuera a bañar. Tomaban su polera indicando que estaba sucia. Ella se arrancaba de todos, se arrinconaba en silencio esperando que no le hicieran nada o a veces tiraba pequeños golpes al aire. Tiempo después supe que ella tenía un trabajo en Arauco, no sé si de secretaria o recepcionista o algo parecido. Se casó. Un día instalando un cuadro, se subió a una silla. Su marido, que estaba borracho, la botó y cuando estaba en el suelo la golpeó con el martillo. Dicen que así enloqueció. Dicen que caminaba desde Arauco hasta Lota y luego se devolvía. Vivía vagando.

Cuando me saludaba sonreía, me tomaba la cara y me besaba las mejillas, la frente. Yo la abrazaba intentando rodear su cintura. Me preguntaba de quién era hija, le respondía “del Luis”.

Una vez la vi recién bañada, en la casa de mi abuela. Salió a colgar la toalla con la que se estaba secando el cabello corto. La dejó tendida sobre el alambre y miró a lo lejos. En Lota hay cerros sembrados de casas. También hay árboles. El camino entre Lota y Arauco está lleno de bosques de pino insigne y eucaliptos. También hay mar, días lluviosos y viento, olor a humo y perros callejeros durmiendo sobre la tierra. Tal vez miraba las flores silvestres que aparecían por montones durante la primavera. Una vez vi estas flores muy lejos de Lota y pensé que la maleza es la misma en todas partes. La tía Alicia, mi tía abuela, ya debe estar muerta, junto con su locura y los perros que seguramente la acompañaron en su incesante deambular. 

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